LA GARITA
Los martes, al anochecer, extendía un puñado de lentejas sobre la mesa de mármol blanco de la cocina. Una a una, ayudándose con la yema de su dedo índice, las iba separando evitando brozas de vainas y piedrecitas. Lo hacía de forma maquinal, mientras sus pensamientos volaban en torno a los asuntos de la panadería, la salud, los amores y desamores familiares.
Aquel martes unos tímidos golpes en la puerta suspendieron el trasiego de las lentejas sobre el mármol.
– ¿Hilarión Blanco, el panadero?
Dos gendarmes, cariacontecidos, dejaron una carta sobre sus manos.
El oficio, con frialdad administrativa, comunicaba que una crecida torrencial del río Bidasoa había arrasado una garita de frontera. El cuerpo del cabo Don José Blanco Fresno, tras infructuosa búsqueda, no había aparecido.
A Hilarión, esta noticia lo trastornó, le dio por la beatería y pasó el resto de sus días arrodillado entre misas y rosarios.
Carmelita Fresno, cada martes contaba, con las lentejas, los días de ausencia de su hijo. Cuando caían en el puchero de agua fría, si alguna flotaba, lo consideraba un buen augurio que alimentaba su esperanza. Sigue vivo, no murió, desertó y pronto, cuando el Gobierno cambie, vendrán noticias de Francia.
Autor: Jesús Redondo Lavín
Madrid