Me dijiste «adiós». Una palabra desde la tierra de campos vallisoletana.
En Villardefrades fue un «hasta siempre» que eran dos palabras.
Cuatro «Te deseo lo mejor» en un WhatsApp desde la inmensa llanura cuyas lomas protegen los cultivos.
«Soy yo, no puedo culparte» son cinco, y «no andamos en la misma onda» seis.
Lo que siguió tiene poca importancia. Varias cajas de cartón y bobinas para precintar.
Me quedo la Smart TV y tú la Dolce Gusto. La gata lo complica. Estará muy sóla con tus horarios. Tu apartamento no tiene balcón. ¿Qué podemos hacer? Si lo lanzamos al azar será un pacto al cincuenta por ciento. Ni tú ni yo.
«¿Volvemos a comprometernos?» es una gran oferta de tres palabras, me dijiste paseando por la iglesia de San Cucufá y pensando en nuestro futuro.
Buenas tardes. Mesa para dos, por favor. «¿Y si nos comemos unas lentejas pardas?» una proposición de siete mientras esperábamo a ser atendidos en Casa Carmela.
Un gañido, un suspiro, un lloro, un cálido abrazo y un prolongado beso fagocitan todas las palabras dichas, nuestro futuro está aquí. Degustemos estas soberbias lentejas, corazón.
Empezar de nuevo puede ser cuestión de doscientas palabras.
Juan Antonio Hernández Cerdán, de Huesca