La manipulación es un arte que hay que entrenar, que se va cultivando… como las lentejas, nunca mejor dicho.
Mis padres entrenaron conmigo, se esmeraron en aprender, en desarrollar un perfecto modus operandi y ahora, con mi hermano pequeño, su habilidad es tal que el pobre chaval no las ve venir… y mira que siempre es lo mismo.
Ahí está, sentado en su alzador, dieciocho meses y casi doce kilos de criatura rechoncha. Siento vergüenza al pensar que hicieron lo mismo conmigo… así he quedado, aunque eso es otra historia. A lo que vamos.
Mientras yo me planteo si debo denunciar el caso, mi padre esboza una amplia sonrisa mirando al pequeñajo. Este se carcajea y levanta las manos, ajeno a la mentira que se va fraguando en cada jodido, premeditado y maquiavélico movimiento. A continuación, mi madre se acerca canturreando y exclamando “ya llega, ya llega” mientras aproxima un objeto a la boca del enano.
El idiota sigue creyendo que eso es un avión y así, una cucharada tras otra, se zampa el plato de lentejas.
David Zanón Sandoval, de Valencia