Diez minutos esperando y ella sin aparecer. Hay cosas que nunca cambian. Me ha citado en un restaurante que sabe que detesto, pero acepto el chantaje. Al fin llega en un ajustado vestido de verano que rebela su considerable pérdida de peso. Me mira. Está sopesando el impacto que me causa su incuestionable buen y mejorado aspecto, así que no la defraudo:
—Estás fantástica, Marta.
—Gracias. No puedo decir lo mismo de ti —dice ella haciéndome un desdeñoso repaso—. Hay cosas que nunca cambian, ¿verdad Víctor? —ironiza, con sus ojos detenidos en mi crecida barba.
Ignoro sus intentos de dinamitar la reunión y voy al grano.
—¿Estás de acuerdo, entonces, en las condiciones de divorcio que te propuse?
—¡Vamos a pedir antes la comida, si no te importa! —refuta algo indignada, jugando a mantener las riendas.
—Ah, pues te sugiero la ensalada de lentejas —indico, sumiso—. Está deliciosa —y me paso la mano por el mentón sabiendo que se fijará en la ausencia de alianza.
—¿Desde cuándo te gustan las lentejas? —pregunta airada, cayendo en la trampa.
—Marta, hay cosas que, afortunadamente, sí que cambian. Tú ahora estás preciosa, y a mí me encantan las lentejas.
Matilde Bello Orozco, de Castelldefels (Barcelona)