La cabeza estaba destrozada e irreconocible.
Cuando la vi, un pánico sordo me recorrió la columna.
No tuve más remedio que apoyar la espalda contra la pared, deslizarme lentamente hasta encontrar el suelo y soltar el cuchillo que llevaba en la mano derecha.
Los gemelos, al verme así, me dijeron, para tranquilizarme, que la habían usado como pelota para jugar en el pasillo, pero con ello solo lograron enervarme más.
–Sois unos monstruos los dos ¿Qué será lo siguiente, eh? –grité fuera de mí, entre sollozos–.
Se miraron. Me miraron. Y los tres nos pusimos a llorar desconsoladamente.
–Y ahora decidme… ¿cómo voy a preparar las lentejas, el plato preferido de vuestro padre, hoy domingo, si habéis destrozado los últimos ajos que quedaban?
–Mamá, llama al 016. Lo hemos visto en la tele: dicen que allí tienen solución al problema.
Esteban Torres Sagra, de Aldeharmosa de Motizón (Jaén)