Rodeada por tus iguales, te aterra el destino que te espera. Planeas entregarte a la muerte sin mayor resistencia. “¿Cuál es el sentido de vivir?” te preguntas a cada rato sin hallar respuesta alguna. Ahora notas al niño frente a ti y su sonrisa inocente. Se ríe de alguna broma hecha por su madre dejando a la luz varios huecos perdidos, producto de dientes caídos. A través de ellos, te adentras en el sentir del muchacho. Vives sus recuerdos como si fueran propios. Sientes en ti las tardes corriendo por las plazas con amigos, el dolor de partir de un lugar que supo ser llamado hogar, los abrazos olvidados en el tiempo, los besos de una familia que ya no está y las maravillosas historias. ¡Oh, las historias! Anécdotas imposibles sobre luchas contra temibles monstruos relatadas a la sombra de una joven encina.
Es entonces cuando comprendes la razón de tu existir: no vives para morir, vives para permitirle a otros seguir. Eres vida y energía, eres alma y cuerpo. Te entregas a tu dulce final sabiendo que es principio de algo más. Tú, mi curiosa lenteja, eres la salvadora de muchos y fuente de nuevas memorias.
Autora: Luciana Ourracariet, de Rincón de la Victoria (Málaga)