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Los miércoles no hay clase por la tarde. Esos días, cuando suena la solitaria campana de la una, Carlitos se pone el abrigo, sale corriendo del colegio y se monta en la bici.
El frío se cuela por los agujeros de los remendados calcetines del niño mientras este se aleja pedaleando por las calles empedradas.
No se detiene hasta llegar a lo más alto del pueblo, a una pequeña casa olvidada junto a la iglesia.
Todavía con el abrigo puesto, Carlitos cruza la puerta y se acerca corriendo al comedor.
En casa de la abuela Pilar, los miércoles son día de fiesta. Solo durante unas horas, esta mujer abandonada por la fortuna vuelve a sonreír.
Jubilada desde hace años del trabajo, de los amigos y de las alegrías, el tercer día de la semana, Pilar se traga sus penas, olvida que sus hijos nunca la llaman y no recuerda sus caderas doloridas.
Abuela y nieto se funden en un abrazo y se acercan a la mesa, donde los esperan dos platos y un puchero humeante.
Sentada en silencio en su viejo comedor, Pilar observa a su nieto Carlitos disfrutar de un
buen plato de lentejas. Y es feliz.
Autora: Izaskun Arricaberri Mendaza, de Pamplona (Navarra)